Su cara madura todavía dibujaba rasgos de una mujer bella en su juventud.
Tomó mi mano sin pedir permiso, alevosamente como si adivinara que el miedo se apoderaba de mí, y en verdad sentía miedo, mi abuela siempre me comentó que los gitanos eran gente mala, que robaba a los niños y que lanzaban maldiciones a cuanta persona mirara.
Coloco mi mano a la altura de sus ojos, con voz enérgica me dijo, morirás muy joven por la línea que atraviesa tu mano, asumo que no llegarás a los 30 años.
De inmediato el temor subió y traté de retirar mi mano en un esfuerzo vano ya que parecía hipnotizado por sus grandes ojos y una fuerza invisible que parecía rodearle.
Puedes llamarme Jazmín, dijo a la vez que una sonrisa casi malévola se dibujaba en su rostro.
Veo en tus líneas que el amor nunca llegara a tu corazón y que sufrirás en la vida en los pocos años que te quedan.
Ahora si, solté la mano que ella sostenía y con una rabia por lo que había escuchado y no me gustaba le dije: “¿Señora y usted quien és?, ¿quien la invitó a meterse en mi vida personal?
Me miró nuevamente barriéndome su mirada por todo mi cuerpo y con firme voz me dijo. “Soy tu destino” así que tienes que pagar por ello dándome algunas monedas.
El miedo que sentía se convirtió en furia, ¿Cómo podía pedirme dinero después de lo que me había dicho? De inmediato me negué, tomé media vuelta y me propuse marcharme del lugar, pero su voz me siguió y me dijo: “si, no pagas te lanzare una maldición”. Nuevamente llegaron a mi mente las palabras de mi abuela, pero seguí mi camino sin querer escuchar nada más. ¡Nunca serás feliz! gritaba mientras me perdía entre las estrechas calles.
Durante días la imagen del rostro de la gitana, permanecía en mi visión, sus palabras aun resonaban como voces difusas, fantasmales en mi mente,
Así trascurrió el tiempo, por algunos periodos largos me olvide de dicha maldición y de mi prematura muerte a los 30 años, pero cuando me acordaba, creo que sufría por la incertidumbre.
Cuando cumplí treinta años ya estaba felizmente casado con dos hijos y vivía sumamente dichoso, la imagen de la gitana aun aparecía como si el suceso fuera reciente al recordar hace 5 años esa maldición, llevaba ya 6 meses de esa fecha establecida y seguía vivo y feliz.
No, obstante la curiosidad y el temor seguían latentes en mi vida, un día decidí acudir al mismo restaurante donde nunca más había regresado por miedo o para olvidar es suceso. Poco había cambiado desde esa fecha, las mismas mesas, el mismo ambiente informal, aunque había diferentes caras.
Una mesera de edad que estaba sirviendo se acercó a mi para tomar la orden, pedí una taza de café con donas y le pregunte si por aquí acudían gitanos a leer la mano. ¡No señor!, Me dijo con voz pausada, antes asistía una gitana, pero esta murió atropellada hace unos cinco meses.
Cuando la mesera se retiro sentí un escalofrió por sus palabras, este suceso ocurrió justo cuando cumplí 30 años, sentí pena por ella no obstante el no saber si se trataba de la misma gitana u otra, nunca mas averigüe los hechos.
Al pasar del tiempo los miedos a esa supuesta maldición desaparecieron, muchas veces sentí que cuando deseas el mal para otros, este de inmediato llega para ti.
No creo más en la buena aventura, pero procuro no jugar dados con el destino.
Javier Fransoni |